Mosaico de procesión miércoles Santo en Popayán -27.03.2013 |
El recorrido empezó un poco
después de las ocho de la noche. Los primeros “arreadores” de este miércoles
fueron los policías que sacaban, sin usar la fuerza, a quienes intentaban
rebuscársela con su venta ambulante, claro esto pasó dentro del perímetro
cerrado.
Luego de posicionarse en
medio de una de las callejas del festival religioso, las personas debían alzar
sus cuerpos porque en su horizonte se vislumbraba cuatro pollitos, dos a cada
lado en fila, recogiendo los desechos de los sacros mal dolientes. Seguidas aparecían
las señales de Dios con unos chicuelos de largos vestidos color rojo y un
regidor, que opacaba sus presencias, mientras se asoma, tras estos pasos
infantiles.
No podía faltar un pelotón
de hormigas que se movían, cada diez segundos, en casi completa sincronía. Esa
noche de luna hizo más evidente sus cascos, dando perfección a su baile y
haciendo perfecto juego con sus botas. Había luto también en las calles
payanesas, otros más de esa colectividad, estaban de negro y muy elegantes. Así
le dieron paso a los primeros Cargueros y a un Santo que posaba mudo sobre
ellos. En cada altar móvil reposaban ocho hombres agitados, que hacían paradas
para descansar. Un golpe suave o fuerte daba la pauta para seguir con el
flagelo. Aparecieron entonces dos filas de velas encendidas a derecha y a
izquierda. Los protectores para la cera que derramaban era publicidad ambulante,
en algunos estaba la vieja “Comcel”, se exhibían Arturo Calle, Herpo, entre otros, y una
contrastada que seguro venía de alguna periferia, solo un viejo cartón pálido
con evidentes cortes a manos, como si el demonio hubiese desgarrado sus pecados
para presentárselos a la ‘Santa Popayán’. La gente uniformada portaba la cara
de una empresa, de una institución privada o gubernamental. Habían chicas con
faldas cortas de algunos colegios, desfilaban guardas, sonrientes y
despreocupados jovencitos, gente con buen gusto de vestir y otras más con la
imposición que genera su entorno económico-social para lucir un traje. Y
seguían los Cargueros con su penitencia.
Vino un Regidor y enseguida
una Sahumadora. El hombre tenía el poder de callar y de parar a quienes imponía
el desorden. La mujer aromatizó el lugar para que todo fuera más divino. Apareció
la música, unos pasos más y detrás de ellos unos sacerdotes y niños vestidos
con túnicas blancas, pero seguía el silencio religioso. Todo era más una
muestra, uno de los mejores teatros, que catalogan a esta vieja ciudad como “La
Jerusalén de América”. Después de esa paz icónica, acompañada de una banda de
guerra, otra vez aparecieron las fuerzas estatales, esta vez sin armas, eran los
jóvenes que purgan sus penas entre las montañas.
También se vió la
extravagancia. Había carruajes musicales y encima de ellos artistas. Entonces
casi al final y por menos de treinta segundos se escuchó un murmullo de algunos
creyentes, balbuceaban una oración en la que se escuchó “Gloria”. La procesión
se cerró con unos hombres que llevaban boinas y armas que no desentonaban con
el magno desfile. La gente se dispersó y los exponentes siguieron su rumbo. El
Centro estaba puro, no existía en este lapso los pasos olorosos de un loco, ni
se veía la mendicidad de los otros días del año, pues era otra vez un miércoles
‘Blanco y Santo’ del 27 de marzo.